Trapecistas del deseo - Grupo Milenio

2022-09-04 00:23:48 By : Mr. Harry Xu

En la tupida y proliferante selva de la diversidad sexual hay una especie incómoda para los partidarios de las definiciones rígidas: la bisexualidad. A pesar de su omnipresencia en el mundo amoroso de todas las épocas, durante mucho tiempo tirios y troyanos la consideraron un autoengaño perpetrado por homosexuales y lesbianas no asumidos que buscaban escapar de la presión social. Esta condena era quizá el único punto de acuerdo entre el sector más conservador de la sociedad y la vieja guardia del mundo gay. No sólo pesaba sobre los bisexuales el doble estigma de la depravación cobarde, sino que sus propios amantes los tachaban de impostores. En parte, la propia tribu bisexual provocó este repudio, por adoptar un discreto perfil acomodaticio en vez de alzar la cabeza y exigir respeto.

Por fortuna, la inclusión de la bisexualidad en el movimiento LGTTB+, la gran coalición de fuerzas que en los últimos años ha dado importantes batallas contra éste y muchos otros prejuicios, empieza a romper las barreras psicológicas y sociales que durante mucho tiempo silenciaron a la enorme legión ambidiestra. De las catacumbas, la bisexualidad pasó en un santiamén al liderato de la diversidad, pues según la primera encuesta nacional sobre esta materia que realizó el INEGI el año pasado, el 51.7 por ciento de los encuestados se declararon bisexuales, mientras que apenas el 36 por ciento se consideran lesbianas u homosexuales. Esta victoria de la indefinición, o este rechazo a las etiquetas binarias, inaugura una época de apertura en que la bisexualidad tal vez dejará de ser una otredad problemática para bugas, lesbianas y locas. A la luz de los datos duros, los liberales de todos los bandos deberían aceptar que junto a las orientaciones sexuales estáticas hay otras pendulares, con un vaivén difícil de predecir para los mismos trapecistas del deseo.

En México la bisexualidad masculina siempre ha tenido millones de adeptos, especialmente en las regiones tropicales, donde hierve la sangre. El versátil ardor del incomprendido mayate, al que Salvador Novo dedicó algunos de sus mejores poemas de amor, no es una anomalía, sino una regla en muchas comunidades. Urge una novela o una teleserie que lo reivindique. Según el sexólogo Juan Carlos Hernández, un estudio realizado a finales de los 90 en la cuenca del Papaloapan reveló que un 63 por ciento de los hombres entre 12 y 40 años reconocía haber tenido prácticas sexuales con hombres además de con mujeres (véase Letra S, 7 de agosto de 1997). La diferencia es que hace 25 años los mayates no tenían una identidad definida, y ahora la están asumiendo ya, por lo menos bajo el manto protector del anonimato. No existen, que yo sepa, encuestas confiables sobre la bisexualidad femenina, pero la permisividad para que las muchachas duerman con sus amigas quizá le haya permitido expandirse mucho más.

En Bisexualidades, un espléndido manual de autoayuda para jóvenes atraídos por hombres y mujeres, y para los padres que no saben cómo tratarlos, Rinna Riesenfeld observa una importante característica del amor bisexual que han soslayado sus enemigos: “En ocasiones un heterosexual se siente atraído por alguien del mismo sexo, no porque haya empezado a gustarle la gente de ese sexo en general, sino esa persona en particular”. Ocurre a menudo que un enamoramiento le descubre su bisexualidad a quien la ignoraba: un sinfín de flechazos ocurren así, aunque el heterosexual caído en la tentación jamás haya tenido inclinaciones homosexuales. Pero muchos creen que nadie puede hacer ese tipo descubrimientos, porque según la creencia dominante, se nace homosexual o heterosexual. Como advierte Riesenfeld, “la bisexualidad pone en tela de juicio las teorías que apuntan a una base genética de la orientación sexual”. En Estados Unidos, esas teorías eran hasta hace poco el principal argumento defensivo del movimiento gay contra los conservadores que pretenden curar la homosexualidad, y la necesidad de cerrar filas contra el enemigo común creaba cierta intolerancia hacia un tipo deatracción independiente de los cromosomas. Por fortuna, esos brotes de intolerancia han cedido terreno frente al empuje de las nuevas generaciones, que se niegan a ponerle puertas al campo.

Hasta cierto punto, la bisexualidad reivindica el poder del amor loco, pues reconoce que puede modificar o ensanchar la libido. Pero ese cambio no es permanente, sino provisional: sobrevive mientras el amor dure y luego puede mutar de nuevo. Eros dispara sus flechas a ciegas y por eso resulta inútil quererlo constreñir a un determinismo biológico. Peor aún es imponerle reglas y quemar herejes en nombre de ellas. Al condenar la doble capacidad de amar que toda persona puede liberar o reprimir, la moral judeocristiana defiende su principal bastión: el cultivo del odio.