Vivir al lado de las vías del tren en Zarautz y Pasai Antxo | El Diario Vasco

2022-09-04 00:15:20 By : Ms. Betty Lin

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Vecinos de Zarautz y Pasai Antxo que residen frente a las vías del Topo hablan de lo que supone vivir bajo el constante acecho del chirriar de los vagones

El paso del tiempo se mide por trenes en los alrededores de la calle Mitxelena, en Zarautz, donde las casas se asoman a la línea férrea que parte en dos la localidad. Hay pancartas en los balcones con lemas como 'Trenbidea bikoitza stop!', que recuerdan la larga lucha de los vecinos para mantener a raya al Topo. La suya ha sido una guerra para conseguir el soterramiento de las vías que ha estado marcada por fases de esperanza y desengaños y que aún no ha terminado. En el camino han ganado, eso sí, una batalla, aunque solo sea para que todo quede como está. Algo es algo.

Itziar Aldabaldetreku señala una columna agrietada en los soportales de un inmueble. «Te decían que era por el asentamiento del edificio», explica mientras pasa un tren a pocos metros de distancia. Ha acudid o a la cita acompañada por otros vecinos, que asienten al escuchar a su amiga. «Cuando mi hija era una niña, cada vez que pasaban los trenes de mercancías lloraba. Se le movía la cama, igual que a mí. Me tuve que cambiar de casa», dice Belén Lazkano, una de las vecinas.

Obras a escasa distancia de las casas, donde los vecinos reclaman que no se desdoblen las vías. / Michelena

Primero estaban las vías y después llegaron las casas, solo que entonces, en la década de los setenta del siglo anterior, «pasaban muchos menos trenes». Ya desde el principio se empezó a hablar de soterramientos pero hubo que esperar a 2009 para que este deseo estuviera a punto de hacerse realidad. Ese año, el Ayuntamiento de Zarautz y Euskal Trenbide Sarea (ETS) firmaron un convenio para elaborar un estudio para soterrar la línea del Topo a su paso por Zarautz. Trece años después, del estudio queda poco más que su recuerdo.

Esa es una batalla pendiente. La que han ganado es bastante más modesta y comenzó a librarse el día en que comenzaron los trabajos para construir la nueva estación del Topo. «Vimos que estaban moviendo tierra y deshaciendo el bidegorri que pasaba junto a las casas. Cuando preguntamos al Ayuntamiento nos dijeron que era una obra de ETS». Tras mucho insistir, comprobaron que lo que se estaba haciendo frente a sus ventanas era desdoblar las vías y acercarlas más a las viviendas mientras edificaban la estación.

«Nos sublevamos todos», recuerda Itziar. Los vecinos mantuvieron reuniones con el alcalde y con ETS, y convocaron una manifestación. «Nos sublevamos y cuando empezamos a dar caña decidieron ampliar la vía pero hacia el otro lado, no hacia las casas».

Fue un triunfo en una guerra que no ha concluido y que tiene como objetivo final el ansiado soterramiento de las vías. Mientras llega ese momento, que aún parece lejano, el próximo reto de los vecinos de Mitxelena es librarse del sufrimiento del tren de mercancías cargado con bobinas de acero que atruena sus noches. «Son vagones nuevos y larguísimos de color rojo, arrastrados por dos máquinas que meten una caña que da gusto», dice Belén Lazkano. «Hay gente que está recibiendo tratamiento para poder dormir y que tiene ataques de ansiedad», afirma José María Beloki, que vive en un segundo piso con vistas directas a las vías y sus temblores.

El problema es que parece ser que la situación va a empeorar. «Hasta 2019 han pasado casi 6.000 toneladas anuales, pero en 2020 el Gobierno Vasco firmó un convenio para transportar hasta 150.000 toneladas al año durante cuatro años y también se ha hablado de llevar madera», explica Itziar. En su día «se consiguió que bajaran la velocidad a 15 kilómetros por hora, pero siguen haciendo ruido y encima nos han dicho que también van a circular de día», se quejan los vecinos. Su esperanza es «que todos los partidos tengan presente el soterramiento para el nuevo proyecto estratégico 2020-30», aunque prefieren no hacerse ilusiones. «No lo veremos», dicen.

La construcción de la nueva estación de Zarautz permitirá, además de modernizar las instalaciones ferroviarias existentes en la actualidad, mejorar la integración urbana del trazado ferroviario en el municipio. Este proyecto será financiado por ETS y el Ayuntamiento zarauztarra, gracias al convenio suscrito por ambas instituciones, en el que la primera aportará el 66,7% del presupuesto y el consistorio el 33,3% restante. Los trabajos exigen desdoblar las vías y en un principio ETS planeó hacerlo hacia los edificios de la calle Mitxelena, de forma que los trenes circularían a 70 centímetros de sus paredes. Gracias a la presión vecinal, este plan no se llevará a cabo. La segunda vía discurrirá finalmente por la parte contraria, más lejos de las casas.

Desde la estación del Topo de Pasai Antxo las vidas de los vecinos se muestran en pequeñas pantallas que no son sino ventanas. En una se ve a un hombre merendando ante una mesa. En otra, de cristales traslúcidos, se adivina la silueta difuminada de un niño con una prenda azul, quizá un chándal, que juega con una persona sentada en un sofá. Tras otra ventana aguarda una mesa de cocina, con su frutero en medio, que desaparece cuando alguien apaga la luz. Son vidas al alcance de los ojos. Y también de la mano.

Llega un tren con estruendo de raíles y descienden los viajeros, que caminan por el andén a poco más de un metro de las casas que dan al viaducto. Basta con estirar el brazo para tocar la barandilla de algún balcón y basta con dar un salto para entrar en él. Entre semana, cada doce minutos hay uno, que en realidad son dos, el de Hendaia y el de Donostia. Los fines de semana la frecuencia es de 27 minutos. Los ruidos empiezan hacia las cinco y media de la mañana, y terminan a las once de la noche, aunque después es la hora de los trabajos de mantenimiento de las vías, que prolongan los sonidos hasta la madrugada. Y eso sin contar con los trenes nocturnos, los búhos, y con la insalubridad de los callejones entre los pilares del viaducto, que acoge por las noches olores, gritos, trapicheos y gente de no muy buena catadura. Vivir frente al viaducto no es fácil.

Basta con estirar el brazo para tocar el andén. Anderson Batista Altamirano, de 18 años, lo hace, como también lo hizo no hace mucho el desconocido que saltó a su balcón. «No sé cómo, pero se llevó una bicicleta», dice. Se aproxima un tren. Otra vez el ruido, los pitidos de las puertas, el otro tren, la gente que sube y que baja. Así todo el día. Desde el balcón se sienten sus miradas. «Vas a tender la ropa y todo el mundo te ve. Si te levantas por la mañana y vas a la cocina en gayumbos te ven por la ventana, no te puedes despistar».

Anderson, a la izquierda, y Aitzol, en sus balcones de Antxo. La curva hace chirriar las ruedas del tren. / Borja Luna

El viaducto lleva en pie desde 1912, antes de que existieran las casas que lo flanquean. El desarrollo urbanístico de la zona encerró las vías en un desfiladero de balcones y ventanas que tiene los días contados. La construcción del nuevo tramo de doble vía entre Altza y Galtzaraborda, de dos kilómetros de longitud, permitirá eliminar el viaducto cuando culminen las obras, algo que está previsto que se produzca en 2027. Será entonces cuando el muro que divide Pasai Antxo en dos comience a desaparecer y los vecinos vean al fin la luz.

Hasta que llegue ese momento los habitantes del viaducto deberán seguir conviviendo con un incordio al que no han tenido más remedio que acostumbrarse por su bien. «Nos sabemos todos los horarios, usamos los trenes como reloj», afirman Nuria Sánchez y Aitzol Zabaleta, que residen en un segundo piso, justo a la altura de la zona donde termina el andén, un lugar vagamente discreto que algunos aprovechan «para orinar».

Viven desde hace años en el piso y ya se han acostumbrado a los ruidos con la ayuda indispensable de unas nuevas ventanas que les aíslan de los ruidos del exterior y que no pueden abrir los días calurosos del verano si quieren oír la televisión y evitar el peligro de que entren visitantes indeseados. «Hemos visto ratas enormes entre las piedras de las vías. No nos atrevemos a dejar abierta la puerta del balcón», afirman.

Eso es lo de arriba, pero también está lo de abajo, los estrechos pasajes entre los pilares del viaducto que por las noches recuerdan a la boca de un lobo. «Las chicas no pasamos por ahí, preferimos dar un rodeo enorme. Hay trapicheos y de todo, los vecinos echan a veces cubos de lejía para quitar el olor. Es un punto negro», explica Nuria. «Es la zona idónea para hacer el mal», añade Aitzol.

Desde el balcón de su casa, en un tercer piso, Juan Jáuregui mira hacia abajo, hacia la marquesina que le oculta un tramo de vías. «Esto es un monstruo sucio y ruidoso», exclama. Acaba de escuchar en la televisión la noticia del acuerdo entre el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia para llevar el metro a Galdakao en 2027, todo por 360 millones de euros. «Hace veinte años vi un estudio en el que se hablaba de soterrar el viaducto de Antxo y todavía estamos esperando», se queja.

Después de cinco décadas viviendo en la misma casa, Juan ya se ha acostumbrado a un ruido «que es continuo desde las seis de la mañana» y que se ve agravado por la curva que hacen las vías al entrar en la estación desde Irun. «Chirría mucho. Dicen que echándole agua se quita el chirreo, pero sigue igual».

A la hora de comer y cenar, en casa de Anderson bajan las persianas para no ser vistos desde el exterior por los viajeros del Topo. «No vemos mucho la luz del día», reconoce. Lo que sí ve cuando se asoma son «las ratas por arriba y por abajo», por el callejón «que huele a pis» y por donde «no se puede pasar de noche». Y también ve la gotera. Nace de la marquesina cuando llueve y rompe en la barandilla del andén, a un brazo de distancia, con irritante ruido de gota. «Siempre ha estado ahí. Desde pequeño la tengo en mente». Como el viaducto, el paisaje que ha marcado su vida.

La construcción de la nueva variante Altza-Galtzaraborda del Topo se prolongará durante cinco años y tiene un presupuesto de 64,1 millones de euros. El nuevo recorrido atraviesa Pasaia de oeste a este en falso túnel y, antes de cruzar bajo la variante y el trazado actual, continúa en túnel en mina hasta que llega al término municipal de Errenteria. En Pasaia se ha planteado una estación soterrada bajo la plaza anexa a Gure Zumardia. El acceso se situará en la calle Eskalantegi y el ascensor, en la misma plaza. La salida de emergencia se situará en la calle San Marcos. Si se cumplen los plazos previstos, cuando acaben las obras, en 2027, comenzará el derribo del viaducto y se pondrá fin a la trinchera ferroviaria que divide la localidad.